MARCO Y SUS SEGUNDOS DE VIDA
Por
Monserrat Mendoza
Ya perdió, lo sabía. El sicario le
apunta con el negro cañón de una treinta y ocho automática y a su costado podía
observar que su compañero de mesa, en este barcito al aire libre, está saltando
hacia un costado para evitar las balas, ¿o acaso su sangre?, lo que le salpique
primero.
Estaba consciente de que va a morir,
sólo quería saber de quién era el dinero que está en el bolsillo de su asesino,
quería saber, antes de hundirse en la muerte, cuál de sus vengativos amigos fue
el culpable: ¿el Chato?, ¿el Zambo?, ¿el Zancudo?, cuál de ellos quiere
quedarse con la supremacía de la banda, de sus huecos de droga, de sus mujeres.
¿O no será alguno de los familiares de
las personas que mató a lo largo de estos años?, ¿será el padre de la niña que
terminó asfixiando después de cobrar la recompensa?, ¿el tío del Guachimán que
mató por escapar y que juró que lo buscaría hasta encontrarlo?, ¿será la madre
de aquel drogadicto que acuchilló porque le debía demasiado dinero?
¿Y si es la misma policía que lo está
matando por venganza de los dos azules que mataron el año pasado?, ¿o el juez
de su último juicio al comprender que no tenía salvación, ni cura su vicio de
matar?
Podría ser cualquiera, hasta alguno de
sus familiares… hartos de su mala fama que los ensucia, peor que ventilador al
pie de bosta de vaca. Podrían ser los hijos que no reconoció, las mujeres que
violó. ¡Su propia madre!, para evitarse la vergüenza de cada día al ocultar la
cara por las calles, si es que alguien la reconoce como la que dio vida a este
engendro que se sentía él.
Puede ser cualquiera, el tema es que
ya perdió y las balas empiezan a morder su carne y la vida se le va, por un
momento se ve que sólo piensa en… “¡Carajo!, qué bonito es el cielo azulito
de esta ciudad de la cual siempre me quejé, ¡ya no siento la vida!, ¡qué linda
era y yo no la viví!"
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