martes, 7 de agosto de 2012

La maldición de la ópera prima


La maldición de la ópera prima


Por: Karina Moreno

 Creer en la idea que tienes
 aunque alguien te diga que no es buena,
 es el primer trabajo que tiene un realizador
al enfrentarse a su primera película.
 Si tienes una idea,
tienes que estar convencido de ella
 y seguir adelante, frente a cualquier adversidad
Raj Kumar Gupta

Hay quienes creen que hacer una ópera prima es muy difícil, sin embargo algunos que  lo logran ya  no pueden subir al segundo peldaño.
     Hacer la segunda película les resulta más complicado pues deben enfrentarse a la realidad  de ya no contar con el apoyo que les brindan las escuelas o les cuesta reponerse del amargo golpe de un fracaso en taquilla o tienen que desistir al no encontrar un productor.
     Nicolás Echeverría, notable documentalista que debutó de forma prometedora en la ficción con el largo metraje  Cabeza de vaca (1991) ─que obtuvo numerosos premios alrededor del mundo─ tardó una década en hacer su segundo filme: Vivir mata (2002), una comedia fallida que protagonizó Susana Zabaleta y Daniel Giménez Cacho. Desde entonces no ha vuelto al cine de ficción. Algo similar ocurrió con Roberto Sneider, director de la estupenda farsa Dos crímenes (1995), esta película anunciaba la llegada de un cineasta sólido e inteligente. Pasaron más de doce años para que volviera a dirigir, con Arráncame la vida (2007), basada en la novela escrita por  Ángeles Mastreta, la cual fue un éxito en taquilla.
     Pero no todo el panorama es sombrío. Afortunadamente, se han dado casos de cineastas que logran tomarle el pulso con rapidez a sus circunstancia. Entre  algunos destacados que han filmado de forma continua en poco tiempo tenemos a Carlos Reygadas (Japón, Batallas en el cielo y Luz silenciosa) o Fernando Eimbcke (Temporada de patos y Lake Tahoe). Y hay otros casos que van en esta dirección, como Ernesto Contreras después de Párpados azules (2007) dio una entrevista donde compartió: “[…]tenía ya listo un par de proyectos de ficción con mi hermano, sin embargo, mientras decidíamos cuál era la adecuada para hacer una segunda ficción surgió el documental Café tacuva: seguir siendo. Entonces dijimos: ‘ok, aprenderé y lo viviré en lo que lo demás sigue avanzando’, y ahora voy por la tercera, de pronto para ciertos cineastas puede ser angustiante, pero para mi caso fue muy relajado […]”[1]. Eso fue lo que dijo Contreras, cuya ópera prima, la mencionada Párpados azules, ganó el premio especial del jurado en el Festival de Sundance en 2008.
     Dentro del cine mexicano los números y casos de “la maldición de la opera prima” son reveladores: solo entre 2006 y 2010, se han realizado 168 óperas primas, contra 107 segundos o terceros títulos de un total de 339 producidos en ese periodo según el Instituto Mexicano de Cinematografía. Ello se debe a varias razones a veces por la carencia de recursos, apoyos y también a la falta de proyectos o al carácter y confianza de los mismos cineastas. Algunos tienen uno o dos filmes y eso es suficiente, pero en otros casos es de lamentar que se trunque una carrera con visos de calidad.
     La lista de ejemplos puede ampliarse a operas primas y directores que pasaron sin pena ni gloria como: Gerardo Lara por Un año perdido (1993), Oscar Urrutia por Rio Terminal (1999), Jorge Aguilera por Seres Humanos (2002), Jaime Aparicio Guerrero por El mago (2005) y un bastante y amargo “etcétera”.  
     José Antonio Valdés Peña en su libro Operas primas del cine mexicano 1988-2000 expone precisamente que cerca del 50 por ciento de los debutantes no habían logrado hacer un segundo largometraje.
     Las dos escuelas de cine más importantes de México, el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), cuentan con sus propios programas de óperas primas, mediante los cuales intentan apoyar a sus egresados a filmar su primer largometraje; es una estrategia que permite la entrada de nuevos talentos al cine mexicano. No se puede pasar por alto que el CUEC es dirigido por Armando Casas, cineasta de un solo filme[2].
     En conclusión, para que los cineastas primerizos puedan desarrollarse lo que necesitan es que se provean de un buen guion, unos buenos actores y también un buen productor que defienda su proyecto. Pero esta recomendación será extensiva para cualquier cineasta, así haga su primera o su décima película.
    Por otro lado, lo más difícil por ahora consiste en lograr que el público vea estas primeras producciones, pues la taquilla sigue siendo la  base del financiamiento del cine mexicano, su abismo y su anhelo.
        Así que como recomendación: vayan al cine y apoyen a las cintas mexicanas, de nuestra asistencia a las salas depende la supervivencia de esta industria nacional.  


[1] Ernesto Contreras en  “La vida Cinematográfica de Contreras” en Cinemanía,  #107 , mayo de 2007, p. 54
[2] La primera y única película de Armando Casas es titulada Un mundo raro, filmada en el 2001. Con el apoyo de la UNAM.

No hay comentarios:

Publicar un comentario